"La humanidad tiene medios para acabar con la pobreza"
"Feliz y juzgado o bien absuelto y miserable"
“No conocemos ninguna religión que no discrimine ... En ninguna de ellas a la mujer se le ha reconocido su libertad individual”
“Cuando se quiere la democracia, se quiere el feminismo”
"La nación tiene necesidad no sólo de lo que tenemos, sino también de lo que somos"
"Es mejor saber después de haber pensado y discutido que aceptar los saberes que nadie discute para no tener que pensar"
"Los hombres, aunque han de morir, no nacieron para morir, sino para innovar"
"Es dudoso que se pueda remediar esta lepra que nos mata sin antes suprimir los partidos políticos"
Te lo desmonto con tres argumentos:
1.Nada justifica la violencia. No somos rehenes de nuestras hormonas, podemos decidir sobre nuestros actos.
2.Si bien es cierto que los hombres tienen más testosterona, la ecuación testosterona= agresividad no es verdad, ya que deja fuera un montón de factores sociales y culturales.
3. Este tipo de afirmaciones normalizan la violencia porque llevan implícito el mensaje: “Como lo manda la biología, no hay nada que hacer”.
“Por mis cojones”, “porque me sale de las pelotas”, “por mis huevos morenos”… ¿Te suenan? Son frases que pronuncian machos alfa que ven en Torrente a su líder espiritual, hombres orgullosos de serlo que aprovechan la más mínima ocasión para situar el foco en lo que para ellos es el centro de la virilidad: los testículos. Los órganos reproductores masculinos, encargados de producir la mayor parte de la testosterona, son invocados para justificar reacciones impulsivas y poco razonadas porque se nos ha vendido el discurso de que esta hormona es la encargada de que los hombres sean más “machos”. Es decir, más agresivos y más sexuales. Si bien es cierto que los hombres tienen una concentración más elevada de testosterona que las mujeres, la violencia es más compleja que la existencia de una sola hormona.
Además, me hace especial gracia las contradicciones del machismo: por un lado, se nos presenta a las mujeres esclavas de nuestras emociones, totalmente irracionales e histéricas. Pero luego ellos son así por la testosterona. Vamos a ver, Paco, aclárate.
Decir la que biología nos define es saltarse la mitad de la ecuación. El comportamiento humano está mediado por una combinación de factores que también son psicológicos, sociales y cultura.es. Desde que somos pequeños, recibimos todo tipo de estímulos por parte de nuestra familia, nuestros amigos, el entorno o los medios de comunicación que nos marcan.
Durante el proceso de socialización, que dura toda la vida, vamos aprendiendo qué actitudes se entienden como correctas y cuáles no en función de nuestro sexo biológico. En la infancia, si somos niñas se nos enseñará a ser sumisas, cuidadosas y sensibles. Si somos niños, se nos enseñará a ser valientes, autónomos, competitivos y fuertes. A medida que nos hagamos mayores, recibiremos más mensajes que refuercen estar expectativas de género. En el patio del instituto, los chicos jugarán al fútbol y las chicas hablarán en corrillos. En las películas de acción, los hombres salvarán al mundo y las mujeres se enamorarán del malote de turno. En el plano de la violencia, la agresividad masculina será aplaudida, asociada a la capacidad de liderazgo, a la toma de riesgos y a cierto sex appeal.
Existe todo un imaginario colectivo de millones de películas, series y videojuegos que se basan en ensalzar al más violento, al más machote. “Pero ¿qué me dices de Lara Croft?”, puede preguntarte el mismo tipo que tiene en su bio de X una frase de El club de la lucha. Sí, claro, hay excepciones en las que se nos muestra un personaje femenino con poderío y cierta agresividad, pero quizá convendría que analizáramos en cuántos de esos casos no se produce también una hipersexualización de la protagonista o se la trata de loca o desequilibrada.
Afirmar que la testosterona va por libre y que la socialización no juega un papel clave en la agresividad masculina es como decir que una planta crece porque tiene una semilla, ignorando que el agua, la tierra y el sol también suponen un papel clave.
Si reducimos la violencia al determinismo biológico, ocultamos los factore sociales que promueven y normalizan la agresión en los hombres. ¿Qué hay de la educación? ¿De los roles de género y de las expectativas culturales? ¿Qué hay, por ejemplo, de aquellos padres que van a ver los partidos de fútbol de su hijo y que se ponen a gritar y a insultar frenéticos desde la grada? Todo esto promueve actitudes violentas, y nada de ello tiene que ver con los niveles de testosterona.
Lo que ocurre es que, si escondemos esta agresividad dentro de una hormona, parece que no la podamos evitar, que está ahí de manera innata. La mayoría de los crímenes violentos están perpetrados por hombres, pero ¿es eso culpa de que “pobrecitos, es que tienen la testosterona muy alta?” En absoluto. Justificarlo por biología es eludir su responsabilidad. Pueden decidir matar o no matar, violar o no hacerlo, atacar o no a su pareja…Por suerte, no somos marionetas con las que nuestras hormonas se divierten.
En el fondo, quienes usan la excusa de la testosterona para justificar la violencia masculina está negándose a que se produzca ningún cambio: “Es así, no se puede modificar la naturaleza”. En cambio, si asumimos que la agresividad de los hombres está estrechamente relacionada con factores culturales, sí podemos hacer algo: luchar para cambiarlos. Menos testosterona y más responsabilidad.
NUESTRA RESPUESTA: LOS HOMBRES SON MÁS AGRESIVOS POR CÓMO HAN SIDO SOCIALIZADOS.
(Júlia Salander. Fuego al machismo moderno. Penguin Random House Grupo Editorial. Barcelona 2025)
Te lo desmonto con tres argumentos:
1.Las cuotas son un parche, no son un horizonte feminista ni solucionan la raíz del problema. Pero no hacer nada significa muestra exclusión de estos espacios.
2.La paridad no discrimina a los hombres.
3.Apelar a la meritocracia cuando no hay igualdad de oportunidades es un insulto a nuestra inteligencia.
Este pensamiento está muy instaurado y vemos intensos debates en las redes sobre las cuotas y la supuesta discriminación que se aplica a los hombres, Para desmontarlo, vamos al origen: las cuotas intentan corregir una situación de partida perjudicial para las mujeres. El objetivo es acabar con una desigualdad preexistente y persistente en el acceso a ciertas posiciones de poder, influencia y decisión.
Históricamente se nos ha negado la entrada a esos espacios; no es que no lleguemos porque no somos válidas, es que nunca hemos estado porque tradicionalmente los han acaparado los hombres. Estas medidas se justifican porque buscan corregir una desventaja histórica.
Pero démosle una vuelta, ¿exigir que hay un 50% de hombres y un 50% de mujeres es discriminar? Que, además, si miramos las leyes de cuotas, en la mayoría dice que como mínimo ha de haber un 40% de mujeres. ¿Ni siquiera la mitad! Y, aun así, ¿la paridad es discriminatoria?
Y que quede claro: las cuotas son un parche. No es un horizonte feminista porque no soluciona el problema de raíz. Aplicar una ley de cuotas no resuelve ningún problema estructural, es forzar una paridad que realmente no existe. A corto plazo es la mejor solución para introducir a las mujeres en espacios donde literalmente no se nos ha dejado participar. Y no hacer nada significaría que habría cero mujeres en esos espacios.
Una de las mayores críticas que reciben las leyes de cuotas paritarias es el llamado a la meritocracia. ¿Qué pasa con la meritocracia? ¿Y si estamos dejando pasar a mujeres mediocres cuando hay hombres que valen más? Amigos, para que haya meritocracia ha de haber igualdad de oportunidades.
En un sistema que no es justo, donde no partimos todos de la misma base, hablar de meritocracia es un chiste de mal gusto. Claro que es un escenario deseable, todas queremos un mundo donde, si te esfuerzas más, tienes más posibilidades de conseguir algo. El problema es que para que eso se produzca necesitamos igualdad de oportunidades. Todos y todas hemos de empezar en la misma casilla de salida, ya que si no es un insulto a nuestra inteligencia.
Pongamos un ejemplo para que s entienda bien: esto es como una carrera de 300 metros, en la que los hombres empiezan a correr siempre 100 metros más adelantados que las mujeres. Ellos siempre llegan primero a la meta porque su recorrido para alcanzar la victoria es mucho más corto. Pero el relato que se instaura es que ganan porque corren más rápido.
Lo que no te dicen es que con las cuotas también se tienen en cuenta los méritos, pero garantizando que haya una igualdad de hombres y mujeres. La meritocracia es importante, aunque lo primero que hemos de asegurar es que no haya sesgos que perpetúen nuestra exclusión.
Sobre el fantasma de la mediocridad y la acusación de que con las cuotas estaremos dejando pasar a mujeres mediocres que no merecen estar ahí, vayamos por partes. Siempre ha habido hombres mediocres en el poder, en puestos de responsabilidad, toda la vida. Enchufados, “hijos de”, o “amiguitos de”. Empezando por Carlos Mazón, presidente de la Generalitat Valenciana y responsable directo de la mala gestión de la DANA en Valencia. Espero que cuando se publique este libro ya estemos hablando del “expresidente” de la Generalitat Valenciana.
A la que una mujer llega al poder o a cúpulas directivas, automáticamente se sitúa la sospecha sobre ella. “Trepa”, “lagarta” o “enchufada” son adjetivos que se usan bastante para describirlas. Aunque no se estén aplicando leyes de cuotas paritarias, siempre sobrevuelan las dudas sobre nuestras capacidades o nuestra forma de haber logrado ascender. Uno de los potenciales problemas de aplicar una ley de cuotas es este: la estigmatización de las mujeres que consigan sus puestos de trabajo beneficiándose de esta ley. Pero este estigma existirá siempre porque realmente lo que les molesta es que las mujeres estemos ahí.
Otro de los impactos positivos de aplicar leyes de cuotas es la visibilidad. Ver a mujeres que jueguen al fútbol, presiden ayuntamientos, son electricistas, astronautas o lideran un país nos viene a decir que podemos hacerlo. Y es necesario poner en valor la importancia de la visibilidad en la construcción de nuestras narrativas vitales. ¿Cómo voy a querer ser futbolista si el fútbol ha sido cosa de hombres? ¿Cómo voy a querer ser presidenta del país si solo ha habido hombres? Que las mujeres no estemos en ciertos espacios lanza un mensaje muy significativo para las niñas y adolescentes.
La construcción de nuestros objetivos vitales parte de la idea de sentirnos capaces de hacerlo. Si solo vemos espacios de hombres no sentimos que eso vaya con nosotras. Por este motivo las cuotas tienen un impacto brutal, más allá de asegurar la paridad. A largo plazo, ayudan a cambiar la cultura y las expectativas sociales.
¿Cuál es la conclusión? Que el objetivo final de las cuotas paritarias es alcanzar un punto en el que ya no sean necesarias porque se habrá conseguido la igualdad de oportunidades.
NUESTRA RESPUESTA: IGUALAR A HOMBRES Y MUJERES NO DISCRIMINA A NADIE.
(Júlia Salander. Fuego al machismo moderno. Penguin Random House Grupo Editorial. Barcelona 2025)
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